sábado, octubre 5, 2024

El Caballero de la Noche alcanza los 85 años, y repasamos la historia de Batman, un antes y un después en el mundo del comic.

“Batman podría ser cualquiera”. Y aunque la frase tiene su mérito… es una gran mentira. Si cualquier mortal pudiera ponerse en la piel (o el batitraje) del Caballero Oscuro, entonces, no sería esa figura emblemática de la lucha por la justicia, única e incorruptible, que viene ocupando un lugar privilegiado en la cultura popular durante los últimos 85 años.

Si el súper chico de Krypton nació, en parte, como una representación de los valores morales del ser humano y la versión moderna del héroe mitológico, el Hombre Murciélago –la creación de Bob Kane y Bill Finger que salió a la luz por primer vez el 30 de marzo de 1939– es su imagen especular y un poquitín distorsionada, en muchos de sus aspectos. 

Bruce Wayne (y su alter ego) es, ante todo, un hombre con defectos y virtudes; el héroe improbable, o mejor dicho, el antihéroe que decide pasar por encima de la ley y actuar en consecuencia, buscando la justicia a su modo. No es un vigilante cualquiera: tiene sus reglas y sus justificaciones. Tal vez no lo ayuden a dormir mejor por las noches, pero alivian su carga –compuesta en parte iguales de ira y culpa–, que amenaza constantemente con arrastrarlo hacia una oscuridad sin retorno. 

No hay que olvidar que, para descargar sus frustraciones (y el trauma que le provocó ser testigo del asesinato de sus padres), se viste de murciélago gigante y sale a combatir criminales a puño limpio. Obviamente, su sentido del deber está un poquito trastocado pero, así y todo, es el (super)héroe más admirado y se le perdonan sus ‘deslices’ porque nos hace creer que “cualquiera podría ser Batman”. Claro que en un principio no era este ser tan visceral que conocemos hoy en día. Ya lo dijo él de su propia boca: “Soy lo que Gotham necesita que sea”, y por Gotham nos referimos a cada etapa cultural que tuvo que atravesar a lo largo de estas ocho décadas y media. 

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Adam West Batman Banner 1
ABC

Construyendo el legado de Batman

Desde sus comienzos oscuros y detectivescos, el ‘siniestro’ alter ego de ese playboy billonario y filántropo compensó su falta de superpoderes con un gran intelecto y un sinfín de artilugios que lo ayudaron a resolver los casos más complicados. Juró sobre la tumba de sus padres que combatiría el delito por el resto de su vida y, hasta el día de hoy, nunca faltó a su palabra.      

Con el paso del tiempo, los criminales de poca monta cedieron su espacio a villanos más sofisticados. Se podría decir que él mismo es la causa y consecuencia de la aparición de una inmensa galería de psicópatas, egomaníacos y otras yerbas que ha tenido que poner en vereda desde entonces. ¿Por qué no? Si un tipo vestido de murciélago se puede pasear por los techos de la ciudad, ¿por qué no puede existir un payaso maldito que disfruta asesinando inocentes? 

Su popularidad siguió creciendo, sumó aliados y enemigos, pero al mismo tiempo comenzó a abandonar su tono desolado y amenazador por uno más colorido, paternalista y ‘family friendly’, que enfocó sus aventuras hacia un público más juvenil. Un día se puso en duda su hombría, lo acusaron de corromper a los púberes y de cierta homosexualidad implícita en la relación con sus coprotagonistas masculinos. Contrariamente a lo que se podría esperar, fue su versión más camp, psicodélica y aniñada (la de la serie de TV protagonizada por Adam West) la que terminó por establecerlo como un ícono de la cultura norteamericana, al mismo tiempo que terminaba por deformar su verdadera identidad. 

A principios de la década del setenta comenzó el lento retorno del héroe a sus fuentes. Artistas como Dennis O’Neil y Neal Adams reinventaron su versión comiquera, convirtiéndolo en un personaje más cosmopolita, aguerrido e introspectivo. Pero fue Frank Miller quien le restituyó su título indiscutido de ‘Caballero de la Noche’ y lo cristalizó en la figura legendaria, moralmente compleja y más violenta que definió al personaje (y revolucionó los cómics) desde entonces. 

Nunca hay absolutos y el cine se encargó de darnos sus propias visiones: Tim Burton lo imaginó más gótico que nunca; Joel Schumacher convirtió sus aventuras en una fantasía kitsch homoerótica; Christopher Nolan le devolvió su dignidad, con un tono más hiperrealista y serio –donde no falta el subtexto político y social– que, incluso, trasciende el género comiquero; mientras que Matt Reeves decidió rescatar sus raíces detectivescas ancladas en la novela negra y el neo noir. 

Gotham lo vio nacer como Bruce Wayne, pero lo empujó a transformarse en Batman, y desde entonces se puso a su servicio, con toda su ambigüedad moral y su violencia (in)contenida. Es el héroe indiscutido, el que la ciudad se merece, pero en definitiva, no es un héroe: es un guardián silencioso, un protector vigilante, un caballero de la noche con 85 años de historia y el primer superhéroe con una estrella en el paseo de la fama de Hollywood.

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Jefa de redacción. Nolaniana incurable. DC me da y me quita.