No nos gusta generalizar, pero hay ciertos realizadores cuya filmografía –a nuestro entender– es bastante ‘aburrida’. Directores que se empecinan en repetir las mismas fórmulas y relatos, anclados en la épica, los musicales de dudosa calidad o los dramas históricos, de esos que tanto les gustan a los votantes más vejetes de la Academia de Hollywood.
MIKE NEWELL
Todo bien con Cuatro Bodas y un Funeral (Four Weddings and a Funeral, 19994) o dramas de época que terminan presos de los algoritmos de Netflix como La Sociedad Literaria y del Pastel de Cáscara de Papa de Guernsey (The Guernsey Literary and Potato Peel Pie Society, 2018), pero ¿a quién se le ocurrió poner en manos de Mike Newell la adaptación de Harry Potter y el Cáliz de Fuego (2005) o, aún peor, El Príncipe de Persia – Las Arenas del Tiempo? A su favor, ningún director hubiera podido hacerle honor al videojuego de Brøderbund… pero, ¿tenían que elegir a un realizador que hace cosas como La Sonrisa de Mona Lisa?
JOHN MADDEN
Todavía nos duele la victoria de Shakespeare Apasionado (Shakespeare in Love, 1998) por sobre Rescatando al Soldado Ryan (Saving Private Ryan, 1998) a Mejor Película en los Oscar de aquel año. Por suerte, Madden no se llevó la estatuilla a Mejor Director (quedó en las manos de Steven Spielberg); pero no conforme con la somnolencia causada, el realizador volvió a la carga con La Mandolina del Capitán Corelli (Captain Corelli’s Mandolin, 2001): otro drama romántico a pura fantasía, ya que es la única forma de explicar por qué Penélope Cruz prefiere quedarse con Nicolas Cage, teniendo a Christian Bale a la mano.
ROB MARSHALL
Rob Marshall es un bailarín frustrado –tuvo que abandonar a causa de una lesión– devenido en coreógrafo y director, que no distingue lo teatral de lo cinematográfico. Responsable de Chicago (2002), Memorias de una Geisha (2005), Nine (2009) y En el Bosque (2014), Marshall también es culpable de Piratas del Caribe: Navegando Aguas Misteriosas (2011), una de las películas más aburridas y sin sentido de la saga pirata. También son suyas El Regreso de Mary Poppins (Mary Poppins Returns, 2018) y la versión live action de La Sirenita (2023). ¿Ven el patrón del que hablamos?
KENNETH BRANAGH
Branagh es un genio shakesperiano, pero la mayoría de sus películas carecen de alma (alguien lo tenía que decir). Kenneth arrancó tras las cámaras con la gran adaptación de Enrique V (Henry V, 1989), pero nunca logró soltar al Bardo –Mucho Ruido y Pocas Nueces (1993), Hamlet (1996)–, y hasta su Thor (2011) tiene ese olorcito a tragedia tan propia del dramaturgo británico. Ojo, la taquilla suele acompañarlo, incluso en obras tan dispares como La Cenicienta (2015) o Asesinato en el Expreso de Oriente (2017), pero su sello aletargado se siente en gran parte de las escenas.
FRANCO ZEFFIRELLI
Antes de que Kenneth Branagh viniera a apropiarse de los clásicos de William Shakespeare, el realizador italiano ya había hecho de las suyas con las adaptaciones de Romeo y Julieta (1968), Otelo (1986) y el Hamlet (1990) protagonizado por Mel Gibson. Sumemos dramones como El Campeón (1979) o Amor Eterno (1981) y, en seguida, nos damos una idea de su estilo indiscutido. Se suele lucir con una gran puesta en escena y una fotografía impecable, pero basta con estas historias de época y romances tan trillados. Sus últimas películas fueron Té con Mussolini (1999) y Callas por Siempre (2002), dos historias que quedaron en el olvido.











